Argentina: de la cuarentena al colapso



A lo largo de la historia, la humanidad ha sufrido el flagelo de varias pandemias, podríamos situar un amargo ejemplo con la reconocida Peste Negra del siglo XIV. En este apartado, también destacan aquellas enfermedades que vinieron de Europa y que arrasaron con gran parte de la población autóctona americana durante la época de la conquista. Más recientemente en el tiempo, nos topamos con la gripe española (1918-1919) o la gripe porcina H1N1 (2009).

De todas maneras, existe una realidad inobjetable, con el advenimiento del COVID-19 se han visto modificadas, directa o indirectamente, todos los aspectos de la vida social. El terror al contagio transformó nuestros hábitos, rutinas, relaciones interpersonales y expectativas a futuro. Además, surgió un fenómeno político sin precedente, la consumación de una cuarentena global y la implementación de un Estado de excepción transitorio, una suerte de Levitan sanitario. Por consiguiente, las medidas efectuadas por los diversos gobiernos llevaron a un tercio de la población al confinamiento obligatorio, al aislamiento social, al cierre de fronteras, al endurecimiento de los controles internos y a la expansión del paradigma de la seguridad-patrullaje.

Ahora bien, frente a dicho escenario Argentina se halla en unos de sus momentos más delicados. Transitando una aguda crisis económica y habiendo declarado el noveno default "virtual" de su historia, las cuentas públicas del país del tango, el futbol y el mate, no encuentran el espacio suficiente que le permita respirar frente a semejante carga de servicios prestados a una sociedad fuertemente empobrecida. En definitiva, el Estado Argentino pretende abarcar mucho, pero, en su afán, consigue apretar poco. 

La reclusión forzosa de la población está no solo dejando de manifiesto, sino también profundizando las inconsistencias de un modelo vetusto, rígido y agotado, cuyos resultados se traducen en el persistente aumento de la precariedad, vulnerabilidad y decadencia social. Para dejar bien claro este punto, repasemos fugazmente algunos indicadores económicos previos a la pandemia. El 2019 dejó al país con una desocupación del 9,1%, una inflación del 53,8%, una pérdida del salario en términos reales de más del 7%, una tasa de pobreza que ronda el 35,5%, una deuda pública del 91,6% del producto y una prolongada recesión que registro una caída de 2,1% en el PBI.


Cementerio PyMES

No es ninguna novedad afirmar que algunos de los modelos de desarrollo productivo considerados exitosos (Unión Europea, Estados Unidos, Alemania, Japón, Singapur, etc.) se han basado en la correcta aplicación de políticas tendientes a fortalecer y promocionar el crecimiento de sus empresas de menor porte relativo. De modo similar, pero en un grado diametralmente menor, si descomponemos la estructura productiva argentina llegaremos a la conclusión de que las Pequeñas y Medianas Empresas (PyMES) componen la base y el motor de la economía. Los pilares del sector industrial lo constituyen aquellas Pymes surgidas, principalmente, durante la corriente migratoria del siglo XIX. Actualmente Argentina cuenta con una dotación de, aproximadamente, unas 600.000 PyMES, estas aportan casi el 70% de los empleos, el 50% de las ventas, el 30% del valor agregado y representan el 44% del PBI nacional.

Sin embargo, las reiteradas extensiones de la cuarentena ordenadas desde el gobierno nacional afectarán, sin lugar a dudas, la recomposición e impacto del sector en el entramado económico local. Es un hecho que las PyMES transitan hace largos años en un contexto sumamente adverso. La estrepitosa legislación impositiva, las altas tasas de inflación, el elevado tipo de interés bancario, la volatilidad en el tipo de cambio y la inflexibilidad del mercado laboral socavan a diario las posibilidades y expectativas reales de gestar el crecimiento productivo. Además, la Argentina lidera un penoso ranking para las pequeñas y medianas empresas. Si analizamos los tres niveles de gobierno (nación, provincias y municipios), el peso fiscal en la producción representa un 106% sobre las ganancias netas.

No obstante, la aparición del COVID-19 no hace más que sumarle mayor hostilidad a un entorno previamente complicado. En otras palabras, el virus irrumpió en un país que ya se encontraba en terapia intensiva. Mientras tanto, el presidente Fernández decide aferrarse a la cuarentena obligatoria, ya que entiende que es su única herramienta efectiva a la hora de luchar contra la propagación de la pandemia. Pero, en esta epopeya parece olvidarse que dicha herramienta está poniendo en juego la base material de la nación.

Según el último informe relevado por el Observatorio Pymes, 325.000 (54%) firmas no están operativas, otras 215.000 (36%) trabaja parcialmente y solo 60.000 (10%) funciona en su totalidad. El costo percibido por la inactividad de las empresas se estima en unos 115 millones de dólares diarios. A su vez, el 25% de las Pymes han anunciado la imposibilidad de pagar sueldos, ni siquiera utilizando la línea de crédito a tasa subsidiaria anunciada por el gobierno. Por otra parte, el 6% directamente está pensando cerrar las persianas y abandonar la actividad. El impacto negativo proyectado en el mercado laboral abarcaría a unos 190.000 puestos de trabajo, además podrían sumarse otros 415.000 despidos si las empresas se achican o cierran por no poder afrontar sus gastos fijos.

De cualquier modo, el presidente parece haber encontrado en la épica del aislamiento aquel significante vacio que permite la construcción de un discurso cuya finalidad es la de encuadrar a la sociedad detrás de su figura. Esta condición de posibilidad reorganizó el espacio del debate público, reflotando una vieja discusión que instala una falsa disyuntiva, la necesidad de elección entre salud o economía. Ahora bien, Fernández evoca y abraza esta errada dicotomía porque todo parece indicar que la batalla por la economía ya se encuentra perdida, y los números que arrojan tanto organismos públicos como privados no hacen más que confirmar la contundente derrota. Sin embargo, cabe destacar que la capacidad de reafirmar el liderazgo por parte del presidente puede llegar a verse favorecida. Aspecto de suma importancia a la hora de fomentar los lazos de solidaridad y cohesión social en tiempos difíciles.


La sociedad invisible

Según expertos y especialistas, el presidente Fernández está logrando su principal objetivo, es decir achatar la curva de transmisión del virus. Pero, fundamentalmente lo que posibilito dicha victoria pírrica fue la enorme acumulación de poder en varios sentidos. Por un lado, nos topamos con el poder real que deviene a partir del alto grado de apoyo y aprobación popular en las acciones de gobierno. Por otra lado, también concentra poder político ya que gobernadores, sectores empresariales y sindicalistas han adherido plenamente a las medidas instaladas. Además, suma un importante poder simbólico que surge al posicionarse en defensa de la vida y de la salud de los ciudadanos.  

A pesar de todo, y aunque el presidente Fernández deposite su buena voluntad a favor de la salud, lo cierto es que parar la actividad productiva en un país donde una parte importante de las familias obtienen sus salarios del trabajo informal puede gestar costos sociales más altos que el propio virus. Es un hecho de que la posibilidad de generar ingresos se está viendo limitado, golpeando duramente la estabilidad de aquellos trabajadores cuentapropistas e informales.

Según el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INDEC), el 55% de los hogares tienen como principal fuente de ingresos a un trabajador en relación de dependencia registrado, de los cuales el 16% son pobres. El resto de las familias se constituyen por un 22% de asalariados no registrado, de los cuales 43% son pobres. Por último, existe un 23% de cuentapropistas, de los cuales el 35% son pobres. Los datos a disposición hablan por sí solos, en consecuencia, ya sea por reclusión o por el cese de actividad económica, el daño a la salud de los sectores más desposeídos es un hecho irremediable, y éste en algunos casos puede ser aún mayor que el de contraer coronavirus.   

No es realista aspirar a un riesgo cero, en este sentido, se debe tener en cuenta que la Organización Mundial de la Salud presenta al COVID-19 como un gripe leve en el 80% de los casos, moderada en un 14% y crítica en un 6%. De manera que, paralizar la economía como medida de prevención hacia una minoría, puede acarrear un costo y un sufrimiento social aun más elevado. Además, la Argentina posee un sector público quebrado, por ende, la capacidad de respuesta del sistema político se ve afectada, volviéndose aun más inconsistente e ineficiente. En consecuencia, se han trazado los primeros esbozos de la "necropolitica". Esta tesis instalada por el filosofo camerunés, Achille Mbembe, plantea la hipótesis de que la expresión última de la soberanía reside en el poder y en la capacidad de decidir quién puede vivir y quien debe morir. Por lo tanto, es la estructura política la que, en última instancia, define que vida tiene valor ejerciendo así el control de la mortalidad y reduciendo la noción de vida al despliegue y manifestación del poder.


La parálisis inducida por el Leviatán

En las crisis se vislumbra el verdadero carácter de las sociedades, las salidas no son fáciles e implican sacrificios por parte de todos los sectores. Frente al cercano escenario de economicidio, el país tiene que modificar su estado de cuarentena permanente. ¿Esto quiere decir que debemos pasar por alto el impacto que la enfermedad pueda tener en la tasa de futuros contagios?. Definitivamente no, como decía Aristóteles, el hombre es, por naturaleza, un animal político que se constituye en cuanto forma parte de una comunidad política integral tendiente a la sobrevivencia y la protección mutua frente a todo tipo de daño. Este enunciado se debe defender si pretendemos orquestar una sociedad tendiente a maximizar el bienestar y la autarquía. Ahora bien, y continuando con esta idea, la sociedad y la política argentina deben encontrar, con carácter de urgencia, un punto de equilibro que permita cuidar la salud de sus ciudadanos y evitar que la nación se convierta en un merendero universal.

No es un dato menor la pérdida del 50% en el valor de la moneda desde inicio de la cuarentena. Lo curioso es que los medios de comunicación parecen olvidarse de la noticia y lo dejan pasar como si se tratara de algo irrelevante. Países como Suiza, República Checa, Austria, Dinamarca, Noruega, etc., ya tienen pensado relajar la medida. ¿Qué razón explica que no se de dicho debate en la Argentina?. Es cierto que todas esas naciones presentan encomias estables, prósperas y saludables, cuyo sistema de salud posee una capacidad de absorción y de respuesta mucho más eficiente. Pero precisamente, si Argentina persigue mejorar el sistema se necesitarán volcar una inmensa cantidad de recursos y eso solamente se logra con una economía funcionando, obviamente, ajustada y reordenada en épocas de COVID-19. Para ello, es fundamental educar a la población para que se extremen las medidas individuales de prevención en los hogares y en los trabajos. Además, se debe reorientar a toda la estructura tanto pública como privada para que actúen en este sentido.

En definitiva, gobernar persiguiendo como máxima la reclusión eterna de una nación con más de 15 millones de pobres, una deuda rigurosamente demencial, un gasto publico culturalmente intocable y un estado de estanflación agonizante, es una jugada tan ingenua que descoloca cualquier análisis. La decisión del presidente Alberto Fernández es sumamente riesgosa y, de salir airoso, es tan perversa como brillante. 



Bibliografía:










https://www.infobae.com/america/mundo/2020/04/12/cuales-son-los-paises-que-empezaron-a-levantar-la-cuarentena-por-el-coronavirus-y-como-lo-estan-haciendo/

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