Birmania es
un Estado soberano del Sudeste Asiático, esta nación nuclea a una gigantesca
diversidad étnica y lingüística, oficialmente conviven en el país unas 135
etnias diferentes. Entre ellas se destacan, por ejemplo, los panthay
(musulmanes de origen chino) o los gurkhas (provenientes de Nepal). Sin
embargo, existe una comunidad que no goza de los mismos derechos que el resto
de los habitantes debido a los atropellos convalidados por el Estado local.
Los rohingyas
pertenecen a una pequeña comunidad musulmana apátrida que se les niega
sistemáticamente la ciudadanía a partir de 1982 cuando se reforma la Ley
Ciudadana Birmana durante el periodo dictatorial del general Ne Win. Este
motivo le impide a la comunidad la posibilidad de acceder a derechos básicos
como: trabajos registrados, educación formal, atención medica en hospitales o
el libre tránsito dentro del territorio. La crisis es tan grave que, desde
varias agencias internacionales, se ha comenzado a calificarla como un caso de
limpieza étnica. En la actualidad se estima que existen cerca de 900.000 rohingyas
viviendo en condiciones insalubres dentro de los campos de refugiados en el sur
de Bangladesh.
La historia
detrás de la segregación
Antes de
comenzar es importarte resaltar que en Birmania mayoritariamente se practica la
religión budista (89%) seguida por la cristiana (4%) y la musulmana (4%), el
resto del total lo complementan diversas religiones animistas. Ahora bien, el
conflicto entre comunidades no siempre fue un fenómeno habitual en Rakáin (Estado
situado en la costa oeste de la República). El odio y resentimiento entre
musulmanes y budistas forma parte del pasado reciente heredado directamente de
la etapa colonial. Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1942, las tropas británicas resolvieron retirarse
de Birmania con el objetivo de reforzar su posición estratégicas en la India.
Sin embargo, antes de concretar el repliegue distribuyeron armas entre los
civiles rohingya para que se opongan al avance japonés. Por su parte, las
fuerzas niponas, en respuesta, perpetuaron una rápida alianza con un gran grupo
de budistas locales. Como era de esperarse, la escalada de violencia no tardó
en estallar provocando así una masacre que dejó un saldo de decenas de miles de
muertos entre las facciones de ambos bandos.
Tras la
batalla de Midway todo hacía suponer que tarde o temprano la armada japonesa
perdería su influencia hegemónica sobre el Pacifico. Este hecho solo apaciguo
de forma intermitente el conflicto, los musulmanes lentamente se asentaron en
el norte mientras que los budistas hacían lo propio en el sur de Rakáin. De
todas formas, el daño ya se había suscitado, la profunda división entre las
comunidades era una realidad concreta e inobjetable y los casi 700 años de
convivencia pacífica solo quedarían en el recuerdo.
Con la independencia
de Birmania en 1948 se retornó a un etapa de violencia y caos generalizado. La
intromisión de la política exterior británica no hizo más que reavivar el
latente conflicto étnico. Desde Londres se les llegó a prometer un estado
propio a la comunidad musulmana, promesa que posteriormente quedó desechada.
Sin embargo, el vacío de poder le otorgó una oportunidad a varias minorías de
rebelarse contra el naciente e insipiente sistema político. No obstante, las
primeras insurrecciones recayeron bajo el liderazgo de los llamados Mujahid
(concepto Islámico que representa una responsabilidad/obligación religiosa).
Estos focos de revueltas fueron brutalmente reprimidas por el ejército birmano,
sentando así todo un precedente en las ofensivas venideras. Ahora bien, con la
llegada de la dictadura militar al poder en 1962 se empezó a instalar una vieja y tradicional
táctica política de desprestigio, "divide y vencerás". A partir de
esta fecha, todos los líderes que tomaron las riendas de la nación se encargaron
de llevar a la practica una fuerte campaña de estigmatización. Se concretó una
cultura del odio fomentada por el ejército, parte del claro budista, diversos grupos
nacionalistas y dirigentes locales. Además, se difundió a la población la idea
de que los rohingya no solo no pertenecen a Birmania, sino que también
persiguen el objetivo de controlar el poder político del país a través de la
violencia. Los levantamientos en respuesta a la segregación de los pequeños
grupos armados rohingyas de 1978, 1991, 2012 y 2016 han quedado grabadas en la
memoria colectiva de todos los habitantes de la nación. Esta situación le otorgó
al gobierno una excusa "legitima" para perpetuar la feroz opresión.
En
definitiva, la conflagración generó una fractura y reconfiguración poblacional
y social que modificó radicalmente la composición étnica en el Estado de Rakáin.
En la actualidad, los distritos de Maungdaw, Buthidaung y Rathedaung albergan a
una mayoría musulmana rohingya que resiste los embates de las autoridades
militares.
La postura
del Gobierno y el tratamiento de la Comunidad Internacional
El principal
argumento que esgrime el poder gubernamental y que impide el acceso a la ciudadanía
recae sobre la idea de que esta comunidad confecciona una histórica inmigración
ilegal. Por su parte, los rohingyas dicen ser originarios de la región donde
hoy habitan. Y si bien, los registros historiográficos no lo contradicen,
tampoco lo afirman, de lo único que si existe evidencia fidedigna es que llevan
largas generaciones viviendo allí.
De todas
formas, desde el punto de vista del Gobierno, los rohingyas son considerados
como un grupo de extranjeros y una puerta de entrada para la expansión del
jihad. Algunos líderes budistas de gran influencia cotidiana, como es el caso
de Ashin Wirathu, califican el Islam como una religión que amenaza directamente
al Estado de Birmania y advierten que a través de las minorías musulmanas las
ideas violentas penetran al país. Esta línea de pensamiento es recogida por el
gobierno birmano, justificando así sus actuaciones. Paralelamente, se alega que
el conflicto entre religiones puede derivar en una grave crisis política e
institucional. Asimismo, existe un profundo temor por parte del gobierno y de
los grupos budistas hacia los rohingyas. Las ONG´s como Arakan Rohingya
National Organization o la Rohingya Solidarity Organization son oficialmente
acusadas de tener conexiones directas con líderes o miembros de facciones terroristas.
Al mismo tiempo, la nación se encuentra rodeada por países de religión
musulmana y, según los budistas, si se concretara una posible invasión los
rohingyas se sumarian a las fuerzas extranjeras.
De cualquier
modo, la crisis y segregación ha llegado, aunque tardíamente, a las esferas de
la justicia internacional. En propias palabras de la Directora General de Investigación
de Amnistía Internacional, Anna Neistat: "Las
autoridades de Birmania mantienen a las mujeres, hombres, niños y niñas rohinyas
segregados e intimidados en un sistema deshumanizador de apartheid. Se violan
sus derechos a diario y la represión se ha intensificado aún más en los últimos
años". Por otra parte, en 2015 Fillipo Grandi, Alto Comisionado de
Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), calificó la crisis como: "una de las más largas del mundo y también
una de las más olvidadas". En diciembre de ese mismo año en la
Asamblea General de la ONU se aprobó una resolución en la que instaba a
Birmania a reconocer y darle tratamiento ciudadano a los rohingyas. Lamentablemente,
el gobierno nacional continua haciendo caso omiso a las presiones de los
diferentes organismos internacionales.
Los
recurrentes informes de Naciones Unidas son contundentes, éstos culpan a la política de Aung San Suu Kyi (Consejera
De Estado y, paradójicamente, premio Nobel de la Paz en 1991) de permitir que
prospere el odio racial y los crímenes de lesa humanidad. Además, el gobierno
incumple el artículo 15 de la Carta de Naciones Unidas donde claramente se
expresa el derecho a la nacionalidad local a toda persona nacida en un territorio
soberano.
En 2018
varios asesores legales de Naciones Unidas han afirmado que debe crearse un
tribunal especial independiente e imparcial que permita consolidar, preservar y
analizar todas las pruebas reunidas. Asimismo, se recomienda implementar
sanciones individuales contra los presuntos responsables, además de agregar un
importante embargo armamentístico contra el país. Hasta el momento nada de lo
mencionado ha ocurrido. La situación no tiene ninguna perspectiva favorable ya
que China y Rusia amenazan con utilizar su poder de veto ante cualquier posible
acción que el Consejo de Seguridad realice en este sentido.
En
definitiva, la historia de una nación marca su presente y futuro, y aquellos
sucesos de décadas atrás explican parte de las atrocidades de lo que hoy ocurre
en Birmania. Arrastrar el deseo de venganza de generación en generación solo
pregona y conlleva al fracaso del tejido social. Es totalmente inaceptable, en
términos éticos y morales, la prolongación del genocidio en todas y cada una de
sus facetas, el repudio debe ser unánime. La humanidad en su conjunto tiene la obligación
de concretar, fomentar y desarrollar eficientes mecanismos institucionales de
carácter internacional tendientes a solucionar estos fenómenos. En
consecuencia, existe una necesidad imperiosa de repensar los limites y efectos
de las que hoy operan en el orden global. Mientras tanto los rohingyas no solo
son víctimas de un Estado inescrupuloso, sino también de aquellas mezquindades,
egoísmos y vanidades que, lastimosamente, caracterizan a la comunidad
internacional.
Bibliografía consultada:
https://www.eldiario.es/theguardian/ONU-reconoce-sistematico-comportamiento-Myanmar_0_911309071.html
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