En una posible guerra comercial entre China y Estados Unidos no solo está en juego el comercio. Además, debemos sumar otros aspectos que también podrían correr un fatal peligro como: el financiamiento, la seguridad, la prosperidad y el desarrollo de ambas naciones. Sin embargo, y pasando por alto todas las advertencias, Trump ha anunciado la imposición de aranceles a varias exportaciones chinas, algo que muchos especialistas señalan como el inicio de un encarnizado conflicto entre las principales potencias económicas del mundo.
Los aranceles implementados por el gobierno republicano son los primeros dirigidos directamente hacia China, aunque éstos, ya se suman a un conjunto de políticas proteccionistas que ha comenzado a delinearse fuertemente en el Despacho Oval. Desde inicios de la campaña electoral, el actual presidente estadounidense ha acusado a China de cometer prácticas comerciales desleales que afectan la economía de EEUU. La manipulación de la moneda es un claro ejemplo de cómo el gigante asiático interfiere en las tendencias del mercado global. El objetivo de gestar un canal mucho más accesible hacia las exportaciones parece estar funcionando. Trump ha señalado frecuentemente el superávit de la balanza comercial que China tiene con los Estados Unidos y que alcanzó los $375.000 millones en 2017, algo que todo este paquete de medidas pretende por la fuerza corregir.
Bajo esta línea de pensamiento, se anunció la implementación de aranceles a una serie de productos (paneles solares, lavarropas, acero, aluminio, etc.) por un valor que asciende a los $60.000 millones. Al mismo tiempo, el presidente le ordenó a Robert Lighthizer (representante del comercio de los EEUU) realizar una minuciosa investigación sobre las operaciones comerciales con China, para así elaborar una lista detallada de productos que ingresan al mercado local. Con dicho informe, el gobierno decidirá, tras un periodo de consulta con diferentes entidades e instituciones, cuáles serán las importaciones afectadas por cargas impositivas. Varias consultoras internacionales estiman que los efectos arancelarios en el inicio podrían expandirse a más de 1.300 productos, cuestión que afectaría directamente a poco más del 10% del intercambio bilateral. La administración Trump también parece estar buscando apoyo de la Unión Europea para aumentar las presiones aduaneras contra China.
Ahora bien, ¿cuál es la respuesta de la nación gobernada por Xin Jinping?.
Pekín ha afirmado en repetidas oportunidades que no teme a una guerra comercial contra los Estados Unidos, pero también ha instado a Washington a sentarse a una mesa de diálogo y resolver sus diferencias económicas. Ante la incomprensible omisión por parte de las autoridades norteamericanas al llamado de negociaciones, el gobierno chino respondió las hostilidades con una contraofensiva en el terreno comercial. De esta manera, se aumentaron aranceles hasta 25% a 128 productos. La lista publicada por China contempla tarifas potenciales por $50.000 millones en diversos bienes estadounidenses.
De acuerdo con el boletín oficial, Pekín justifica la medida como una acción legitima adoptada bajo las normas de la Organización Mundial Del Comercio para salvaguardar los intereses nacionales. La estrategia adoptada por el gigante asiático está más que clara y podría ser resumida en los dichos de Wang Hailou (funcionario del centro de investigaciones del Ministerio de Comercio): "A China no le gustan las guerras comerciales, pero estando del lado de la justicia, no tiene más opción que entrar en una guerra para terminar una guerra".
Sin ningún tapujo, China y Estados Unidos comienzan a corren con toda velocidad hacia una frontal colisión. A pesar de que Trump sostiene que "las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar", lo cierto es que las políticas de Pekín pueden resultar en un duro golpe para la economía general de Estados Unidos.
Es importante remarcar como China es el mayor acreedor de deuda norteamericana, posee más bonos del gobierno estadounidense que cualquier otro país del mundo, carta que podría significar todo un elemento de presión cuando la contienda toque su punto más álgido.
Ahora bien, Washington aspira a desarticular la estrategia "Made in China 2025", con el que Pekín intenta alcanzar su cúspide industrial en esa fecha y abandonar el sistema económico basado en manufacturas baratas para pasar a un modelo con mayor valor agregado. En líneas generales, las empresas chinas parecen ser bastante resistentes a la guerra comercial, dada la alta proporción de ingresos nacionales. Aún así, hay ciertos sectores que se verán altamente afectados, la tecnología de punta y los bienes de consumo durable son dos ejemplos claros.
Por su parte, China ha comenzado a apuntar sobre el campo agroalimentario, único en el que los Estados Unidos posee un superávit y donde se concentra el núcleo duro de votantes del republicano. El gigante asiático evalúa gravar la soja, el trigo ,el maíz, la carne vacuna y la carne porcina. Dentro de este escenario, Xin Jinping podría abastecerse de todos esos bienes comprándolos a otros importantes socios comerciales como Argentina y Brasil, ambos grandes productores agrícolas y ganaderos.
Las dos mayores potencias están sumidas de lleno en una guerra económica sin precedentes y con un final incierto. Es más, cuando la contienda se extienda por encima de los intereses políticos los riesgos a una guerra comercial a escala global se intensificarán. Lo único que nos queda claro es que los principales afectados serán como de costumbre los consumidores.
Algunas consideraciones importantes para comprender como la epopeya comercial diagramada por Trump no tendrá ningún claro vencedor.
Si hay algo en que la mayoría de los economistas coinciden, es en la importancia del comercio a la hora de genera riqueza. El proceso de intercambio es una pieza indispensable en el desarrollo de cualquier nación. Hasta ahora, Estados Unidos era uno de los países más amables al comercio, según los datos recopilados por el portal estadístico Statista, con una tasa arancelaria promedio en 2016 de 1,6%. En contraste, China cuenta con una tasa del 3,5%, ya bastante más lejos se encuentran por ejemplo: Rusia (4,4%), México (6,3%) o Argentina (7,5%).
Sin ningún tapujo, China y Estados Unidos comienzan a corren con toda velocidad hacia una frontal colisión. A pesar de que Trump sostiene que "las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar", lo cierto es que las políticas de Pekín pueden resultar en un duro golpe para la economía general de Estados Unidos.
Es importante remarcar como China es el mayor acreedor de deuda norteamericana, posee más bonos del gobierno estadounidense que cualquier otro país del mundo, carta que podría significar todo un elemento de presión cuando la contienda toque su punto más álgido.
Ahora bien, Washington aspira a desarticular la estrategia "Made in China 2025", con el que Pekín intenta alcanzar su cúspide industrial en esa fecha y abandonar el sistema económico basado en manufacturas baratas para pasar a un modelo con mayor valor agregado. En líneas generales, las empresas chinas parecen ser bastante resistentes a la guerra comercial, dada la alta proporción de ingresos nacionales. Aún así, hay ciertos sectores que se verán altamente afectados, la tecnología de punta y los bienes de consumo durable son dos ejemplos claros.
Por su parte, China ha comenzado a apuntar sobre el campo agroalimentario, único en el que los Estados Unidos posee un superávit y donde se concentra el núcleo duro de votantes del republicano. El gigante asiático evalúa gravar la soja, el trigo ,el maíz, la carne vacuna y la carne porcina. Dentro de este escenario, Xin Jinping podría abastecerse de todos esos bienes comprándolos a otros importantes socios comerciales como Argentina y Brasil, ambos grandes productores agrícolas y ganaderos.
Las dos mayores potencias están sumidas de lleno en una guerra económica sin precedentes y con un final incierto. Es más, cuando la contienda se extienda por encima de los intereses políticos los riesgos a una guerra comercial a escala global se intensificarán. Lo único que nos queda claro es que los principales afectados serán como de costumbre los consumidores.
Algunas consideraciones importantes para comprender como la epopeya comercial diagramada por Trump no tendrá ningún claro vencedor.
Si hay algo en que la mayoría de los economistas coinciden, es en la importancia del comercio a la hora de genera riqueza. El proceso de intercambio es una pieza indispensable en el desarrollo de cualquier nación. Hasta ahora, Estados Unidos era uno de los países más amables al comercio, según los datos recopilados por el portal estadístico Statista, con una tasa arancelaria promedio en 2016 de 1,6%. En contraste, China cuenta con una tasa del 3,5%, ya bastante más lejos se encuentran por ejemplo: Rusia (4,4%), México (6,3%) o Argentina (7,5%).
Los mercados abiertos son fuente de crecimiento económico, creación de empleo y prosperidad general. El objetivo último de este tipo de acuerdos es la dinamización del comercio bilateral mediante la eliminación de trabas arancelarias, impulsando la competitividad de las economías involucradas. No sólo busca la eficacia en términos económicos, sino que también son una importante oportunidad que alienta otros principios y valores, al mismo tiempo que afianza el estado de derecho. El comercio en sí es beneficioso tanto para consumidores como para empresas y trabajadores.
Las ventajas para las empresas derivan de la desregulación que aporta la reducción de los impuestos aduaneros y otras barreras heterogéneas (requisitos específicos, licencias de exportación/importación, certificaciones especiales, etc.). Éstas, habiendo colocado sus bienes en nichos internacionales cuentan con un incentivo agregado para aumentar su productividad (generando puestos de trabajos directos e indirectos) e innovar (dando lugar a productos de mayor calidad).
Los beneficios para los consumidores son los generados por la reducción de costes que suponen los acuerdos. Así, se facilita el acceso a una amplia variedad de productos y servicios a precios ajustados que, de obtenerlos dentro del mercado domestico les hubiera significado un valor adicional. De esta forma, el consumidor ahorra dinero que puede ser destinado a: consumo (fomentando actividad en otro sector), inversión (empujando la oferta y estimulando la competencia) o simplemente atesoramiento (sirviendo como fuente de financiamiento para otros agentes de la economía).
Estos acuerdos también favorecen a los trabajadores, la apertura comercial implica la creación de empleo en los mercados de origen y en los de destino. Se aumenta la competitividad de la empresas, haciendo por lo tanto que mejoren las condiciones laborales y salariales. Al mismo tiempo, se tiende a la profesionalización y cualificación obrera. La existencia de una competencia constante motiva a las empresas a volverse más eficientes y para ello, necesitan lograr un mejor producto a un mejor precio. Dentro de esta fórmula, la calificación de los trabajadores es indispensable. Trabajadores más preparados y empresas más productivas y tecnificadas se traducen en mejores salarios. Asimismo, cada vez es más habitual observar como detrás de los acuerdos de libre comercio se incorporan clausulas sobre garantías para los trabajadores, protección de medio ambiente y desarrollo sostenible.
En definitiva, la política de libre comercio ha creado un nivel de competencia dentro del actual mercado global que origina una constante innovación productiva, dando lugar a bienes con calidades superiores, empleos mejor remunerados y mayor volumen de ahorro e inversión, potenciando así el resto de actividades dentro del conjunto de la estructura económica.
En definitiva, la política de libre comercio ha creado un nivel de competencia dentro del actual mercado global que origina una constante innovación productiva, dando lugar a bienes con calidades superiores, empleos mejor remunerados y mayor volumen de ahorro e inversión, potenciando así el resto de actividades dentro del conjunto de la estructura económica.
Autor: Lic. Adrián Arevalo
Mail Contacto: adrianarevalo333@gmail.com
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