TÚNEZ y la crisis de la Primavera Árabe


La primavera árabe fue una estación de esperanza colectiva e ilimitado optimismo que, 7 años después, se encuentra en un letargo casi terminal, ahogada por la imponente entereza de las autocracias, el contundente ascenso del yihadismo radicalizado y los duros golpes económicos. 
De todos los países que iniciaron el largo recorrido, solo Túnez ha resistido a los embates dictatoriales que avasallaron los ya escasos espacios de libertad generados desde 2011. Aunque, todo parece indicar que la realidad política del último bastión democrático empeorará en el futuro. Lamentablemente, las expectativas y anhelos de millones de ciudadanos son lo único que sostienen al ya desgastado proceso revolucionario.     

Pero, ¿qué fue y cómo se dio la Primavera Árabe?.
Se conoce como Primavera Árabe a la serie de manifestaciones sociales, cuyos reclamos recaían esencialmente hacia una apertura democrática de los, ya vetustos, regímenes totalitarios y en la adquisición de una serie de derechos sociales que no se encontraban garantizados para la totalidad de la ciudadanía.
Estas revueltas comenzaron el 18 de diciembre del 2010 en la localidad Tunecina de Sidi Bouzid, luego se extendieron en todo el territorio y ejercieron una suerte de efecto contagio a los demás países de la región. La gota que rebalsó el vaso de la paciencia popular fue la situación vivida por el joven universitario y vendedor ambulante de 26 años, Mohamed Bouazizi. Cuyo desenlace trágico terminó en su inmolación frente al Palacio de Gobierno, a raíz de la confiscación de su puesto de frutas y las humillaciones recibidas por las autoridades municipales cuando reclamaba por su derecho a trabajar dignamente.
Al día siguiente, todas las capas sociales en Túnez salieron fervientes a exigir respuestas sobre las pobres condiciones de vida, el desbordante desempleo (que llegaba al 60% entre los menores de 30 años), el encarecimiento de los precios y la disposición de atropello y abandono, suscitado desde las esferas de poder, hacia Bouazizi. 

Viéndose acorralado, el deslegitimado gobierno del presidente Ben Ali ordena una brutal represión contra la multitud de manifestantes con el objeto de restablecer el orden institucional de la nación. Luego de varios días de cruentos enfrentamientos que dejaron 78 muertos, Ben Ali decide establecer un cese al fuego por parte de las fuerzas de seguridad. Para aquel entonces, ni siquiera contaba con el apoyo sistemático del ejército, que rápidamente se puso del lado del pueblo, desobedeciendo las directrices del ejecutivo. A diferencia de Siria o Libia, en Túnez el gobierno no le otorgó privilegios extraordinarios o altos cargos gubernamentales a la cúpula militar. Por lo tanto, éstos no contaban con ningún beneficio ni interés a la hora de apoyar a un régimen dictatorial, disfrazado de democracia, atornillado en el poder durante 23 años y acusado de cometer las más atroces violaciones contra los derechos civiles.  
La inevitable renuncia finalmente llegó el 14 de enero de 2011, tras su abandono del poder, Ben Ali junto con toda su familia se exilia en Arabia Saudí, país donde actualmente reside. Pero el clamor y reclamo popular todavía se encontraba lejos de desvanecerse, éstos fueron dirigidos hacia el gobierno de transición de Mohamed Ghannouchi, que se mantuvo menos de 2 meses en el cargo. 
Los conflictos políticos continuaron y la llegada de la democracia se concretó el 23 de octubre de 2011, cuando se celebraron las elecciones libres para conformar una Asamblea Constituyente que nombró como presidente provisional a Moncef Marzouki, dándole apoyo a su gobierno de coalición.

La coyuntura tunecina fue conocida dentro de La Primavera Árabe como La Revolución de los Jazmines. En cada nación donde las protestas convulsionaron el status quo político fueron llamadas de formas distintas. 
Ahora bien, una vez comprendido el contexto, cabe preguntarnos, ¿cómo se encuentra la situación política actual?. 
Como hemos visto, la transición desde la dictadura de Ben Ali hacia la democracia no ha resultado sencilla, en el camino, las tensiones y violencia política amenazaron continuamente todo el proceso. Aún así, Túnez se presenta como el único país donde las revueltas de la primavera árabe dieron como resultado un gobierno democrático y una ampliación de las libertades civiles. Los desenlaces de las protestas fueron totalmente diferentes a aquellas que tuvieron lugar en Egipto, Yemen , Libia, Siria, Arabia Saudí o Baréin; donde se desencadenaron guerras civiles que condujeron a golpes de Estado o represiones militarizadas que derivaron en el fortalecimiento de los regímenes autocráticos.
El 2014 no fue un año más, Túnez legisló una nueva constitución, calificada por la mayoría de los juristas internacionales como una de las más democráticas dentro del mundo árabe. Pero esto no significa que se hayan resuelto todas las discordancias planteadas a inicios de la revolución. En lo que respecta a la dignidad social, el entorno no ha cambiado y aunque existió un avance de las libertades individuales, todavía muchas de ellas no se respetan.   
Otro enorme reto que el país debe superar para afianzar los valores democráticos es el terrorismo yihadista, cuyas violentas acciones han arrasado casi por completo al sector turístico, área fundamental en lo que a cuentas públicas se refiere. Túnez vive desde el 2015 subsumido en un Estado de emergencia, cuando un grupo de terroristas atacaron el autobús de la guardia presidencial en nombre del autodenominado Estado Islámico.
Sin embargo, la mayor preocupación del actual gobierno de unidad de Yusef Chahed es la acuciante crisis económica y la precaria situación del poder adquisitivo que golpea especialmente a las clases sociales más bajas.  
Las obligaciones internacionales están apretando fuerte el bolsillo, en 2016 el PBI per cápita cerró en € 3.332, 200 euros menos que en el 2014. Además, según el Ministro de Economía local, se espera que la deuda pública suba bastante durante 2018 debido a los intereses financieros que se deben pagar. Este contexto adverso llevó al actual gobierno a implementar medidas de austeridad, reflejadas en el restrictivo presupuesto del 2018. Que incluye una reforma fiscal para reducir el eterno déficit primario y así poder afrontar los pagos a los acreedores internacionales. Como consecuencia, las protestas contra la asfixia económica, como si se tratara de un punzante dolor de cabeza hacia la estabilidad política, volvieron a ser habituales en la vida cotidiana tunecina. 

En definitiva, esta sociedad que intentó forjar un espacio de convivencia aperturista, plural e inclusivo, hoy sufre por su frágil experiencia democrática, el auge del yihadismo, la profunda crisis económica y la incapacidad de generar los liderazgos necesarios que encausen sistemas de gobiernos competentes. Tampoco hay que olvidar el factor internacional. Es preciso remarcar el rotundo fracaso de las intenciones políticas de Occidente, apoyando durante décadas a cuantiosas autocracias árabes. Y lo que es peor aún, el continuo apoyo que algunas de ellas todavía reciben, como es el caso de Arabia Saudí. 
Parece que la cultura democrática es rápidamente olvidada por varias potencias mundiales cuando se requiere de ayuda financiera. Aquellas naciones que intentan fundar los primeros canales de diálogo como eje de la política interna, hoy se encuentran a la deriva, a gran parte de comunidad internacional solo parecen importarles los discursos y los negocios. 

Autor: Lic. Adrián Arevalo                                                 
Mail Contacto: adrianarevalo333@gmail.com

Comentarios