¿Qué males sufre la economía JAPONESA?


Japón es una nación fascinante, no solo cuenta con una cultura extravagante, sino que también con sus escasos recursos naturales e inmersos en un medio ambiente verdaderamente hostil se convirtió en la tercera potencia económica del mundo. Y a tal punto llega el éxito de su modelo que ha inspirado a una amplia gama de países en la senda del desarrollo sostenido.

Ahora bien, la época gloriosa experimentada al terminar la II Guerra Mundial donde la tasa de crecimiento promedió 5% en los años 60, 9% en los 70 y 8% en los 80, termino bruscamente durante los 90. El país entró en un profundo letargo del que, 20 años más tarde, todavía no se encuentra una eficiente solución. Por ejemplo, si analizamos ciertos datos nos encontramos que el PBI en el año 2000 era bastante mayor del que cerró durante el 2016. De hecho, la expansión del producto en las tres últimas décadas fue considerablemente menor al norteamericano. También se registra una persistente y preocupante deflación (caída generalizada del precio en los bienes y servicios) que lleva frenando la actividad de los particulares y las empresas.

Pero, ¿qué está haciendo Japón para revertir el contexto?.
El primer ministro Shinzo Abe (electo en el 2012), consciente de los desequilibrios, tardó muy poco en anunciar todo un paquete de medidas denominadas Abenomics, éstas tienen como principal objetivo sacar a la nación de dos décadas casi perdidas. Dichas transformaciones se encuentran erguidas en tres pilares fundamentales: un masivo estimulo Estatal, una expansión de la oferta monetaria y una reforma estructural en la planificación de las actividades económicas.
Abe, en concordancia con su proyecto, ordenó una inyección adicional de más de un billón de yenes (unos $104.000 millones) en inversión pública, solo en los primeros años. Al mismo tiempo, el primer ministro avanzó sobre el Banco Central, forzándolo a elevar la tasa de inflación anual a un 2%. También impulsó un aumento salarial, un intento de flexibilización laboral y desregulaciones para estimular la inversión extranjera. Pero en economía todo tiene un precio y en este caso es el creciente déficit. 
Durante estos largos años Japón se ha convertido en la nación con la deuda fiscal más alta del mundo, un 240% del PBI. Por lo tanto, si la prioridad es salir de la trampa de la deflación, a mediano y a largo plazo se tendrá que generar alguna solución a la gigantesca deuda. Las preocupaciones fiscales pueden volverse todo un problema si llegaran a aumentar las tasas de intereses, ya que, los pagos por los servicios de deuda serian complicados de afrontar Además, la población económicamente activa está achicándose rápidamente, por ende, la recaudación impositiva tiene una marcada tendencia a la baja. Si la salida recae en el aumento de los impuestos, se corre el riesgo de golpear el sistema productivo, pero de no realizarlo existe un latente peligro de crisis vía deuda externa.  

Varios economistas utilizan el término "japonizacion" para describir una economía con prácticamente nulo crecimiento, precios estancados y una política  monetaria expansiva. Sin embargo, existen otros indicadores nipones que pueden ser presentados como positivos. La economía está fuertemente tecnificada y los ciudadanos en general hoy viven mejor que hace 25 años atrás. El país presenta un crecimiento del PBI per cápita importante (que casi iguala al registrado por EE.UU) y un mercado laboral que goza de pleno empleo. La nación posee un coeficiente de Gini de 33 (0 significa que todos los ciudadanos presentan el mismo nivel de ingresos, mientras que 100, indica que un solo individuo acapara todas las riquezas), por lo tanto, la renta per cápita puede ser un indicador fidedigno de las condiciones de bienestar. 
En gran parte, la situación se explica gracias a que la población se ha reducido mucho durante los últimos cinco años. Este fenómeno demográfico permite que, por escaso o nulo crecimiento real de sus cuentas, la prosperidad social continué mejorando. Aunque la torta sea más chica, hoy son menos las manos que se la reparten. Japón fue el primer país donde se presentó con mayor rapidez el envejecimiento, solo en 2015, la población económicamente activa (esto es las que están en condiciones de poder trabajar) cayó en más de un millón de personas. Según datos del Banco Mundial se redujo un 10% la cantidad de japoneses que participaban de forma activa en el mercado laboral, trabajando o buscando empleo. Esta razón evidencia, entre otras cuestiones, que el índice de desocupación se encuentra en 2,8%, su nivel más bajo desde 1995. La falta de trabajadores está resultando paulatinamente en un incremento de las tasas de empleo de género femenino y de varones con edades entre los 55 y 65 años. No obstante, parte de esta nueva ocupación es a tiempo parcial o temporal y con menores cargas remunerativas. El nuevo contexto del mercado laboral y el repentino cambio demográfico ha llevado al sistema de pensiones a un riesgo de desfinanciamiento demasiado alto. Son varias las calificadoras de riesgo internacional que  consideran al sistema jubilatorio nippon como uno de los más insolventes del mundo.

En definitiva, y pese a los enérgicos anuncios del Primer Ministro, cinco años después algunas reformas no fueron tan pronunciadas. Solo se hizo un fuerte hincapié en la política monetaria, no se aunaron esfuerzos para la entrada de nuevas empresas, Japón continua estando en el puesto número 40 del Índice de Libertad Económica. A este aspecto adverso hay que sumarle la existencia de un sistema de relaciones laborales demasiado rígido y paternalista. Parece que la nación tampoco atiende el problema demográfico, pese a la reducción de su fuerza laboral, los tramites y requisitos de residencia para instalarse laboralmente en el país siguen siendo terriblemente rigurosos. Aun así, las dificultades presupuestarias y los desequilibrios externos deben ser prioridades en la agenda política si se pretende reactivar un modelo en franco deterioro.


Autor: Lic. Adrián Arevalo                                                 
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