Los desafíos políticos y económicos de FRANCIA


Monarquías, imperios y repúblicas, estallidos revolucionarios y guerras mundiales, todas estas experiencias fueron configurando el carácter de Francia a lo largo de su historia. En la actualidad, su vida política está caracterizada por su ambivalente pluralidad, pero mientras colisionan las antagónicas ideologías existen ciertos objetivos comunes: la lucha por la creación de empleo y la consolidación de las relaciones entre los socios de la Unión Europea.  
Siendo la tercera economía más grande del viejo continente, parece no haber podido superar completamente los embates de la crisis financiera global, presentando anémicos años de crecimiento, por debajo del promedio regional. Y pese al volumen y potencia de sus fuerzas productivas, se observan ciertas inconsistencias que impiden un sano y sustentable desarrollo.
Hace más de siete años que la tasa de desempleo permanece constante (9,8%), estando muy por encima de las demás potencias europeas. Sus empresas parecen incapaces de hacerle frente a la competencia de gigantes provenientes de China, Corea del Sur o Alemania. Hace quince años atrás el mundo compraba autos Renault o celulares Alcatel, hoy esas exportaciones bajaron a menos de la mitad. El déficit presupuestario se encuentra descontrolado y para empeorar la situación, su deuda pública que hace una década era de 58%, actualmente representa el 97% del Producto Bruto Interno. 
Con este escenario se encuentra Emmanuel Macron al asumir como presidente el 14 de mayo de 2017, desafíos que deben ser encarados con responsabilidad y contundencia para no caer en los horrores de una posible crisis.

De todas maneras, antes de centrarnos en las dificultades de Francia es importante entender porque se llegó al presente contexto.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial todos los países europeos se encontraban totalmente desbastados, las ciudades, las fábricas y los cultivos estaban destruidos por los bombardeos y las avanzadas de los ejércitos. Las necesidades de una rápida reconstrucción llevó a los Estados Unidos a implementar el Plan Marshall, que significó un gigantesco fondo de financiación destinado a recuperar las economías. Existieron varios factores dentro de las aspiraciones Norteamericanas para llevar a cabo dichas medidas: establecer límites dentro de su esfera de influencia frente al avance del comunismo, erradicar toda posibilidad del resurgir de un nacionalismo con aspiraciones expansionistas, posicionarse como principal acreedor para fortalecer su rol hegemónico en la política mundial y contar con un mercado aliado donde colocar su producción.   

Ahora bien, cada uno de los países utilizó todo éste dinero de manera distinta. El gobierno alemán desarrolló su propia corriente de pensamiento, llamado Ordoliberalismo, que en líneas generales combina las competencias y las desregulaciones del libre mercado con la ayuda social y la política fiscal planificada desde el Estado.
El caso francés fue muy distinto, el entonces presidente Charles De Gaulle no era precisamente un acérrimo defensor de la iniciativa privada. Su teoría política denominada Dirigismo, consistió en nacionalizar la mayoría de los servicios públicos e intervenir las grandes corporaciones colocando al Estado como accionista mayoritario para promover la modernización de su base industrial. Fue en esta etapa cuando Francia entró en una "época" dorada, experimentando un crecimiento sostenido que multiplicó los salarios en solo tres décadas. Éstas grandes empresas apoyadas y protegidas por el gobierno avanzaban firmemente, dominando mercados en todos los lugares del mundo.
Gran parte del éxito suscitado en los 60 se explica a través de la ausencia de las mega-industrias asiáticas, las dictaduras perpetuadas en Latinoamérica y el aislamiento del bloque soviético. Otro factor importante fue la firma en 1957 de los Tratados de Roma que dieron lugar al establecimiento de la Comunidad Económica Europea (actual Unión Europea). Francia pudo negociar sus condiciones de entrada sin perder determinados privilegios, manteniendo posiciones dominantes como por ejemplo en el sector agrícola.
Pero los desequilibrios comenzaron a surgir en los 90 con la caída del muro de Berlín, el inicio de la apertura comercial China y el ingreso de nuevos países al  acuerdo comercial.  En definitiva, la aparición de nuevos competidores afectaron paulatinamente los saldos dentro de la balanza comercial, destapando las debilidades y discordancias del régimen. 
     
¿Quién es y qué planea hacer Macron?.
Con guiños a la izquierda y a la derecha, la victoria electoral del actual presidente evidencia la crisis de los partidos tradicionales franceses que no supieron darle respuesta a los problemas básicos de la nación.
Hasta el momento, Macron ha configurado un discurso que le funciona, aglutina votos de ambos lados del electorado. Su figura de independiente lo ayuda, y más en un momento donde existe un imperioso descrédito hacia las instituciones. Pudo presentarse como una alternativa confiable sin postular medidas antisistema. De hecho, una de sus banderas fue la posición pro-Europea, adoptando el eje franco-alemán como guía y base de la gestión internacional.  
Aunque, no solo basta con tener una buena imagen frente a la sociedad, se necesita contar con un programa que incluya propuestas concretas y responsables. Y pese a que muchos analistas caracterizan a éste líder como un moderado, lo cierto es que su paquete de medidas representa una ruptura con el Dirigismo que domino la política durante décadas. 
En el plano económico, su perfil encaja en los estándares característicos de los socio-liberales. No intenta presentarse como el Ronald Reagan galo, de hecho pretende alejarse de esa construcción, rechazando tanto el liberalismo anglosajón como el intervencionismo nacionalista. Más bien ha puesto sobre la mesa un modelo nórdico casi de manual, una socialdemocracia a la francesa con determinadas aperturas al mercado. Para resumirlo de una manera más sencilla, no considera entrometerse en la actividad privada, pero el Estado seguirá siendo garante de algunos servicios sociales. Es decir, una separación entre los negocios y la política, algo muy parecido a lo que sucede en Suecia donde no existe la obsesión de proteger a sus compañías del comercio internacional. Aun así, continua siendo un lenguaje que no se escuchaba en Francia desde hace mucho tiempo.

De todas los cambios que se tienen pensados llevar a cabo, la reforma laboral es sin dudas una de las más resistidas por los sectores sociales y sindicatos, los paros y las huelgas generales no se hicieron esperar. Sin embargo, y pese a la caída de la popularidad, Macron continua afirmando cómo éste es el primer reajuste serio encarado por la nueva administración para reactivar el empleo que se encuentra estancado desde hace un largo periodo. La reforma estipula priorizar la negociación directa entre empresas y trabajadores, escala fija de indemnizaciones, modificaciones a los contratos de corta duración, cambios en la jornadas de 35 horas laborales, que serían pagadas como horas extras, y menores trabas burocráticas a la hora de concretar despidos. El objetivo es simplificar el código laboral, considerado como demasiado rígido y complejo para las empresas y otorgarle mayor flexibilidad a las compañías a la hora de disponer de su plantilla de empleados. 
Pero la reforma por si sola es insuficiente, por ello, el mandatario también plantea modificar el sistema tributario, relajando la fuerte presión fiscal sobre los ingresos que, si se mide sobre el PBI representa casi el 50%. Y sin ser una transformación radical, si hay que reconocer que el nuevo esquema seria un alivio para los contribuyentes y empresas.
El tercer gran cambio caerá sobre el sistema previsional. Definido como injusto, el presidente prometió no modificar la edad jubilatoria ni las prestaciones actuales, pero plantea un nuevo método de cálculo y terminar con los regímenes especiales de pensiones que favorecen a los funcionarios franceses.
Las nuevas decisiones del gobierno tienen como objetivo reducir la cuantiosa deuda pública (97%) y modificar la estructura del Estado que emplea al 22% de los trabajadores, cifra de las más altas del continente. Se apuesta a la creación de pequeñas empresas con altas cargas de innovación con el fin de trasladar paulatinamente parte de los empleados públicos al sector privado, para así bajar el elevado gasto. El propósito final es que, al concluir el periodo presidencial en 2022, la tasa de paro haya descendido hasta el 7%.  

Resumiendo, el sistema heredado desde la Segunda Guerra Mundial se encuentra totalmente desgastado. Condujo a Francia hacia un camino que se presenta con serias complicaciones, mejorar la competitividad de sus empresas debe ser la primordial preocupación de cualquier político que se siente en los Elíseos. Son necesarias reformas estructurales que alteren las viejas estrategias que moldearon la economía. De proseguir así, seguiremos analizando como todos los datos macroeconómicos continúan en franco deterioro. El país continua gastando como si se encontrara en los años de gloria, parece que todavía no supo asimilar la realidad de que el mundo ha cambiado.
Macron, a diferencia de su antecesor Francois Hollande, tiene una oportunidad histórica impulsada por el arrollador triunfo en las urnas y la ratificación de la victoria en las legislativas hace unos pocos meses. Una Francia débil, transmite inseguridad e inestabilidad a todo Europa, reviviendo los procesos rupturistas del bloque. El líder del movimiento En Marcha es un actor clave para consolidar el proceso de integración que transformo la calidad de vida de millones de ciudadanos y que si bien hoy se encuentra golpeado, todavía está lejos de ser enterrado.


Autor: Lic. Adrián Arevalo                                                 
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