Hoy Angola se encuentra pacificada, pero las deudas y secuelas sociales, producto de la guerra y los conflictos armados, dejaron al país en una profunda y evidente vulnerabilidad. Ubicado en el sur de África, esta extensa nación logró la independencia de Portugal en 1975 tras largos años de cruentos enfrentamientos. Ahora bien, la soberanía política vino acompañada de una guerra civil que se llevó por delante a más de 1 millón de personas y que oficialmente terminó en el 2002 dejando duros desafíos por recorrer.
Angola debería ser uno de los casos más exitosos de África, la tierra es muy fértil y los agricultores producen alimento suficiente para todos los habitantes. Además, las enormes reservas minerales y petroleras otorgan gigantes potencialidades para su planificación económica. Sin embargo, con una población total de 28.813.463, sus ciudadanos cuentan con un pobre nivel de vida. El PBI per cápita en 2016 fue de $ 3.440 y si bien desde el fin de la guerra este dato se vio multiplicado y está por encima del registrado por sus vecinos, lo cierto es que todavía continua siendo realmente muy bajo en comparación con otras naciones en vías de desarrollo.
La experiencia histórica nos enseña como las disputas bélicas deterioran el sano desenvolvimiento social, pero también evidencia la posibilidad de revertir esta lógica en relativamente poco tiempo. Para ello, es necesario adoptar las medidas adecuadas y contar con la ayuda internacional. No obstante, la realidad angoleña dista mucho de encontrarse en una situación óptima para encausar el crecimiento sostenido y transformar las condiciones de vida de sus residentes.
¿Qué elementos impiden el progreso?.
Una de los factores a tener en cuenta es que Angola depende totalmente del crudo, éste le proporciona el 70% de los ingresos fiscales y el 95% de las divisas extranjeras. El crecimiento de la industria petrolera contrasta con los escasos avances en otras áreas. Pero el problema no reside exclusivamente en esta característica, ya que existen otras economías como la noruega o la catarí donde dicha actividad es una pieza fundamental y sin embargo no sufrieron los mismos embates y efectos de la crisis petrolera.
No obstante, todo indica que las cosas lamentablemente van a empeorar por lo menos en el corto plazo. La caída del precio del petróleo ha sido todo una tragedia angoleña y las secuelas están siendo demoledoras. El deterioro en la balanza comercial, el aumento de la inflación (29% en 2017), la disminución de la inversión directa, la caída abrupta de la divisa nacional y el crecimiento del déficit fiscal, son solo algunos claros ejemplos del terrible contexto. Como consecuencia, las condiciones de vida de la población se han agravado, el poder de compra cayó en promedio un 30% entre 2014 - 2017.
Pero, la verdadera dificultad reside en la casi nula diversificación productiva, éstas iniciativas nunca terminaron de funcionar, ya que el país carece de mano de obra cualificada, ventajas competitivas, modernas infraestructuras, facilidades para concretar negocios y motivaciones para producir bienes que puede adquirir con el oro negro.
Por otra parte, la moneda local, el kwanza, ha sufrido una estrepitosa caída desde el 2015 provocada por la baja en las cotizaciones del petróleo. Los bancos, faltos de liquidez, apenas los cambian y los pocos angoleños presos de la rigidez cambiaría fomentada desde el gobierno han de recurrir al mercado negro para resguardar sus pequeños ahorros en otras monedas más estable. Al mismo tiempo, Angola necesita aproximadamente unos $ 25.000 millones para cubrir los distintos agujeros fiscales y ha comenzado a pedir dinero. El Banco Mundial le concedió un crédito de $ 650 millones y China ya le ha otorgado en los últimos años prestamos por $ 20.000 millones. La deuda pública en el 2015 fue de unos € 60.720 millones, creció unos € 21.928 millones desde el 2014 y supone el 65,44% del PBI.
La combinación de estos escenarios evidencian los primeros síntomas de una posible crisis financiera en una sociedad que desde el vamos ya se encuentra atropellada por la pobreza.
Desde la perspectiva social Angola detenta el triste récord de tener el índice de mortalidad infantil más alto del mundo. Según un informe de Naciones Unidas publicado en 2015, fallecen 167 bebes por cada 1.000 nacimientos. El 68% de los ciudadanos viven bajo el umbral de la pobreza y de ese porcentaje, el 37% se encuentra en situación de pobreza extrema. La falta de equipamiento es preocupante, en las zonas rurales solo el 34% de la población tiene acceso a agua potable y el 37% posee algún tipo de conexión a la red eléctrica. La nación también cuenta con uno de los índices más altos de incidencia de tuberculosis en África, 320 por cada 100.000 personas.
El gobierno, enfocado en la construcción de puertos, carreteras y ferrocarriles, parece que se ha olvidado de invertir en educación, energía o sanidad. Si contrastamos los datos, observamos por ejemplo que se destina menos presupuesto en educación (3,5%) que otros países más pobres como Kenia (5,5%) o Senegal (5,6%). En salud se asigna 3,8% por debajo del 5,1% de Camerún o el 6% de Marruecos.
Aún así, existe otro componente sumamente significativo y fundamental que nos ayuda a comprender la coyuntura actual. Angola tiene un gran debe democrático y un pobre desempeño institucional desde su independencia. El inescrupuloso José Eduardo dos Santos ocupó 38 años el cargo de presidente, desde 1979 hasta estas últimas elecciones en 2017 donde decidió no presentarse.
Gran parte de esta perpetuación en el poder se explica mediante la dura represión que sufrieron los movimientos de protesta contra el régimen, la maquinaria electoral, la fragmentación partidaria que se presenta a las elecciones, el rechazo a los veedores internacionales en los comicios y el monopolio de los medios de comunicación en manos de familiares directos del histórico presidente.
Después de tantos años de guerra los grandes beneficiarios han sido los nuevos miembros de la clase alta, compuesta por funcionarios ligados al partido oficialista, el MPLA (Movimiento Popular para la Liberación de Angola). Con salarios y privilegios desmesurados, los políticos construyeron un sistema de transmisión de dinero público hacia sus bolsillos. Solo por citar un caso, Isabel Dos Santos hija del ex mandatario, durante la gestión de su padre amasó una fortuna de $ 3.300 millones, convirtiéndose en la mujer más rica de todo el continente según la revista Forbes. El mecanismo de semejante aumento patrimonial fue simple, la transferencia previa aprobación presidencial de gigantescos paquetes accionarios de las empresas más grandes de la nación como la compañía petrolera pública Sonangol y el principal banco BFA (Banco de Fomento de Angola). No es casualidad que todos los organismos de transparencia Internacional posicionen al país como uno de los más corruptos del mundo.
Para ir finalizando, la combinación de todos y cada uno de estas circunstancias colocaron a Angola en una posición muy desfavorable de cara al futuro. El viraje del sistema, que solo contribuyó como si se tratara de una fábrica de pobreza, debe de ser radical. Esperemos que el recientemente electo João Lourenço, del mismo partido atornillado al poder (el MPLA), este al menos una vez a la altura de los acontecimientos.
Angola debería ser uno de los casos más exitosos de África, la tierra es muy fértil y los agricultores producen alimento suficiente para todos los habitantes. Además, las enormes reservas minerales y petroleras otorgan gigantes potencialidades para su planificación económica. Sin embargo, con una población total de 28.813.463, sus ciudadanos cuentan con un pobre nivel de vida. El PBI per cápita en 2016 fue de $ 3.440 y si bien desde el fin de la guerra este dato se vio multiplicado y está por encima del registrado por sus vecinos, lo cierto es que todavía continua siendo realmente muy bajo en comparación con otras naciones en vías de desarrollo.
La experiencia histórica nos enseña como las disputas bélicas deterioran el sano desenvolvimiento social, pero también evidencia la posibilidad de revertir esta lógica en relativamente poco tiempo. Para ello, es necesario adoptar las medidas adecuadas y contar con la ayuda internacional. No obstante, la realidad angoleña dista mucho de encontrarse en una situación óptima para encausar el crecimiento sostenido y transformar las condiciones de vida de sus residentes.
¿Qué elementos impiden el progreso?.
Una de los factores a tener en cuenta es que Angola depende totalmente del crudo, éste le proporciona el 70% de los ingresos fiscales y el 95% de las divisas extranjeras. El crecimiento de la industria petrolera contrasta con los escasos avances en otras áreas. Pero el problema no reside exclusivamente en esta característica, ya que existen otras economías como la noruega o la catarí donde dicha actividad es una pieza fundamental y sin embargo no sufrieron los mismos embates y efectos de la crisis petrolera.
No obstante, todo indica que las cosas lamentablemente van a empeorar por lo menos en el corto plazo. La caída del precio del petróleo ha sido todo una tragedia angoleña y las secuelas están siendo demoledoras. El deterioro en la balanza comercial, el aumento de la inflación (29% en 2017), la disminución de la inversión directa, la caída abrupta de la divisa nacional y el crecimiento del déficit fiscal, son solo algunos claros ejemplos del terrible contexto. Como consecuencia, las condiciones de vida de la población se han agravado, el poder de compra cayó en promedio un 30% entre 2014 - 2017.
Pero, la verdadera dificultad reside en la casi nula diversificación productiva, éstas iniciativas nunca terminaron de funcionar, ya que el país carece de mano de obra cualificada, ventajas competitivas, modernas infraestructuras, facilidades para concretar negocios y motivaciones para producir bienes que puede adquirir con el oro negro.
Por otra parte, la moneda local, el kwanza, ha sufrido una estrepitosa caída desde el 2015 provocada por la baja en las cotizaciones del petróleo. Los bancos, faltos de liquidez, apenas los cambian y los pocos angoleños presos de la rigidez cambiaría fomentada desde el gobierno han de recurrir al mercado negro para resguardar sus pequeños ahorros en otras monedas más estable. Al mismo tiempo, Angola necesita aproximadamente unos $ 25.000 millones para cubrir los distintos agujeros fiscales y ha comenzado a pedir dinero. El Banco Mundial le concedió un crédito de $ 650 millones y China ya le ha otorgado en los últimos años prestamos por $ 20.000 millones. La deuda pública en el 2015 fue de unos € 60.720 millones, creció unos € 21.928 millones desde el 2014 y supone el 65,44% del PBI.
La combinación de estos escenarios evidencian los primeros síntomas de una posible crisis financiera en una sociedad que desde el vamos ya se encuentra atropellada por la pobreza.
Desde la perspectiva social Angola detenta el triste récord de tener el índice de mortalidad infantil más alto del mundo. Según un informe de Naciones Unidas publicado en 2015, fallecen 167 bebes por cada 1.000 nacimientos. El 68% de los ciudadanos viven bajo el umbral de la pobreza y de ese porcentaje, el 37% se encuentra en situación de pobreza extrema. La falta de equipamiento es preocupante, en las zonas rurales solo el 34% de la población tiene acceso a agua potable y el 37% posee algún tipo de conexión a la red eléctrica. La nación también cuenta con uno de los índices más altos de incidencia de tuberculosis en África, 320 por cada 100.000 personas.
El gobierno, enfocado en la construcción de puertos, carreteras y ferrocarriles, parece que se ha olvidado de invertir en educación, energía o sanidad. Si contrastamos los datos, observamos por ejemplo que se destina menos presupuesto en educación (3,5%) que otros países más pobres como Kenia (5,5%) o Senegal (5,6%). En salud se asigna 3,8% por debajo del 5,1% de Camerún o el 6% de Marruecos.
Aún así, existe otro componente sumamente significativo y fundamental que nos ayuda a comprender la coyuntura actual. Angola tiene un gran debe democrático y un pobre desempeño institucional desde su independencia. El inescrupuloso José Eduardo dos Santos ocupó 38 años el cargo de presidente, desde 1979 hasta estas últimas elecciones en 2017 donde decidió no presentarse.
Gran parte de esta perpetuación en el poder se explica mediante la dura represión que sufrieron los movimientos de protesta contra el régimen, la maquinaria electoral, la fragmentación partidaria que se presenta a las elecciones, el rechazo a los veedores internacionales en los comicios y el monopolio de los medios de comunicación en manos de familiares directos del histórico presidente.
Después de tantos años de guerra los grandes beneficiarios han sido los nuevos miembros de la clase alta, compuesta por funcionarios ligados al partido oficialista, el MPLA (Movimiento Popular para la Liberación de Angola). Con salarios y privilegios desmesurados, los políticos construyeron un sistema de transmisión de dinero público hacia sus bolsillos. Solo por citar un caso, Isabel Dos Santos hija del ex mandatario, durante la gestión de su padre amasó una fortuna de $ 3.300 millones, convirtiéndose en la mujer más rica de todo el continente según la revista Forbes. El mecanismo de semejante aumento patrimonial fue simple, la transferencia previa aprobación presidencial de gigantescos paquetes accionarios de las empresas más grandes de la nación como la compañía petrolera pública Sonangol y el principal banco BFA (Banco de Fomento de Angola). No es casualidad que todos los organismos de transparencia Internacional posicionen al país como uno de los más corruptos del mundo.
Para ir finalizando, la combinación de todos y cada uno de estas circunstancias colocaron a Angola en una posición muy desfavorable de cara al futuro. El viraje del sistema, que solo contribuyó como si se tratara de una fábrica de pobreza, debe de ser radical. Esperemos que el recientemente electo João Lourenço, del mismo partido atornillado al poder (el MPLA), este al menos una vez a la altura de los acontecimientos.
Autor: Lic. Adrián Arevalo
Mail Contacto: adrianarevalo333@gmail.com
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