Aunque nos suene raro, China se ha transformado en el mayor socio del continente Africano, superando a los Estados Unidos y a la Unión Europea. También tenemos conocimiento cómo desde Pekín se está llevando a cabo el ambicioso proyecto de infraestructura conocido como la nueva ruta de la seda. Esta iniciativa pretende conectar los puertos del Pacífico, Rusia y el Lejano Oriente con los de Europa, al mismo tiempo que se traza una red ferroviaria transcontinental. En consecuencia, todo esto significaría una inmensa revolución comercial dentro de la zona de influencia.
Sin embargo, existe una región prioritaria para el gobierno chino, Latinoamérica. Se está apostando y fuerte, en los últimos 15 años las relaciones de intercambio han crecido y por mucho. Para el 2015, el comercio bilateral significaba unos $236.000 millones, convirtiéndose así en el segundo mayor socio comercial de la región y en su mayor prestamista. De continuar esta tendencia, todo apunta a que la influencia Norteamericana pasara muy pronto a un segundo plano.
El presidente chino, Xin Jinping desde que asumió en 2013 ha realizado varias giras por la región, más que cualquier otro presidente anterior. El objetivo de tanto viaje fundamentalmente es la estimulación de las relaciones económicas. Es verdad, existió un momento en el que parecía que la potencia roja solo se acercaba a aquellas naciones con las cuales tenía empatía o proximidad ideológica como pueden ser los casos de: Cuba, Venezuela, Ecuador, Brasil, Bolivia, Argentina, Uruguay, etc. Pero esto rápidamente quedó descartado ya que se establecieron fuertes vínculos y hasta tratados de libre comercio con países como: Chile, Costa Rica y Perú.
A la República Popular China no le interesa la configuración del poder, ha abandonado la vieja cruzada del comunismo que busca instaurar la internacional proletaria, por lo único que se detiene a observar son; por los negocios y el dinero.
Todo apunta a que en poco tiempo las trabas al comercio habrán desaparecido, los objetivos del gobierno chino van en esa linea y con una potencia abrumadora. Para los próximos 10 años se han comprometido a invertir $250.000 millones, multiplicando por tres sus actuales inversiones en la región.
Es importante destacar como aunque el grueso de inversiones estaban destinadas hacia los sectores relacionados con los recursos naturales, cada vez es más habitual observar como las corporaciones chinas comienzan a operar en otras actividades, participando o comprando empresas locales. Compañías de electricidad , petróleo , gas natural, bancos, energía nuclear etc., cualquier proyecto que se considere rentable es un posible nicho para los capitales del país asiático.
Pero, a todo ésto, ¿el gobierno de Trump que hace al respecto?.
La nueva administración de Washington no parece colocar a Latinoamérica como un foco de vital importancia. Mientras el gigante asiático no se cansa de hablar de apertura comercial e inversiones, desde el norte del continente se debaten entre deportaciones y muros. El actual presidente de los Estados Unidos se hartó de repetir en su campaña como el NAFTA y el TTP estaban "matando" la economía y como la comunidad latina en líneas generales genera más daños que beneficios.
Aclaremos una cosa, aunque desde los 90` se hayan enfriado las relaciones, la histórica potencia mundial continua teniendo intereses en esta parte del mundo. Éstas son algunas de las cuestiones que harían que el tablero de disputa entre China y EE.UU se extendieran por toda la región.
Ahora bien, una vez comprendido el escenario. ¿La relación con China es verdaderamente beneficiosa para Latinoamérica?.
Hasta la fecha, aproximadamente el 80% de las exportaciones del continente a China, recaen en una agricultura que genera poco valor agregado y en el sector minero, actividad que suscita escasa mano de obra. La soja, el cobre, el hierro y el petroleo, son los productos más demandados desde la otra parte del mundo. En cambio, las importaciones mayoritariamente corresponden a productos industriales. Y es aquí donde se observa un primer problema.
Si Latinoamérica no afronta reformas que tiendan a mejorar su competitividad, la integración comercial puede traducirse en una desindustrialización creciente y en un modelo económico que se sobre-esfuerce para crear empleos. Ademas se debe tener en cuenta como el déficit comercial no para de ir en ascenso y que en el 2015 ya alcanzaba la suma de $ 31.000 millones.
Un segundo problema, gira en torno a los prestamos realizados a los gobiernos de la región. Los tipos de intereses fijados son bastante altos y la mayor parte de las veces para garantizarse los cobros, se establecen clausulas en especias (recursos naturales), como en el caso con Ecuador y el resguardo en el petróleo. Ademas, se tiende a obligar a que los proyectos encarados se realicen por empresas y tecnologías chinas.
Sin embargo, las potenciales oportunidades que se generan con esta alianza son inimaginables. El gigante asiática puede brindar los recursos necesarios a los países latinos para que estos desarrollen infraestructura e industrias esenciales y estratégicas. También, ofrece un mercado gigantesco que sirve como motivación para que los empresarios locales tecnifiquen su producción con el fin de exportar sus bienes.
En definitiva, estos lazos de cooperación son una posibilidad histórica que tiene América Latina para poder dar el gran salto de calidad, modernizando su sistema productivo y fomentar el comercio. Si los líderes no se ven tentados en derrochar sus recursos naturales pidiendo prestamos indiscriminadamente que vayan a parar a gastos de tipo corriente, la experiencia puede llegar a ser muy positiva. Nunca hay que olvidarse que el objetivo es generar empleos de calidad, salarios mejor remunerados y un aumento en la calidad de vida de los ciudadanos.
Autor: Lic. Adrián Arevalo
Mail Contacto: adrianarevalo333@gmail.com
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